martes, 15 de enero de 2013

EL BANQUETE DE LOS MUERTOS



Las fuentes clásicas, como Tácito, Plinio el Joven o Suetonio, lo consideraban un tirano degenerado y cruel que estaba a la misma altura que Calígula o Nerón. Pero aunque la historiografía actual ha suavizado bastante estas afirmaciones por provenir de escritores hostiles a la figura del emperador, existe un elemento que ni los mismos historiadores de hoy en día pueden quitar de su currículo, pues Domiciano fue un absoluto libertino. Se dice que le encantaban organizar batallas navales con aguerridos y musculosos marineros desnudos, hacer fiestas sexuales, a las que llamaba “luchas de cama” o pasarse las horas muertas depilando a sus concubinas hasta que éstas quedaban totalmente limpias de vello corporal. 

Pero su perversión preferida llegaba a rayar lo macabro. En una de las zonas de palacio tenía un salón privado pintado de negro. Nadie podía entrar en él hasta que el mismo daba permiso pues allí celebraba una de los banquetes más curiosos de la historia: Un criado, vestido totalmente con ropas oscuras hacía pasar a los invitados  y los acomodaba en un diván especialmente decorado para cada uno de ellos ya que junto a cada persona había una gran lápida de plata maciza con el nombre del invitado en letras doradas. Después de que todo el mundo se hubiera tumbado, entraba el emperador y detrás suyo hacían acto de presencia jóvenes efebos y lindas doncellas, pintados de negro que comenzaban a servir la comida en una vajilla igualmente negra a los temerosos invitados. Nadie podía hablar durante la cena, todo se tenía que hacer en silencio pues lo único que debía oírse en la oscuridad era la voz de Domiciano que explicaba con todo lujo de detalles el modo que en iba a matar a cada uno.

Cuando los invitados estaban totalmente muertos de miedo, el emperador les dejaba marchar a casa. Al rato, o como mucho tardar al día siguiente, les enviaba a uno de los bailarines con la lápida como presente (no podían rechazar ambos regalos), para que no se olvidará de los gratos momentos que había pasado  en el Banquete de los Muertos.