domingo, 29 de enero de 2017

UN LUGAR LLAMADO LIBERTAD



El 28 de Agosto de 1565 el conquistador y explorador español Pedro Menéndez de Avilés (1519 – 1574) fundó en la zona de Florida el asentamiento de San Agustín, el cual se convertiría desde ese momento en la ciudad estadounidense más antigua de origen europeo que a día de hoy sigue habitándose. En un principio este asentamiento no se consideraba una avanzadilla para colonizar sino como un mero bastión defensivo para rechazar los ataques de los piratas que estaban sufriendo las posesiones españolas. Pero en 1687 ocurrió algo que transformaría esa idea inicial. En esa fecha llegaron a San Agustín 11 esclavos negros que habían huido de las colonias inglesas, y nada que más llegar a sus puertas pidieron asilo a las autoridades españolas. Éstas se lo concedieron siempre y cuando se bautizaran y ayudaran a terminar de construir el Castillo de San Marcos, que en esos momentos se estaba edificando.

Y lo que pudo convertirse en una mera anécdota pronto se convirtió en todo un efecto llamada, pues de la noche a la maña muchos esclavos fugitivos fueron llegando a San Agustín. Además, este boca a boca se vio favorecido por las nuevas leyes que había promulgado el rey Carlos II en 1693 en las cuales especificaba que cualquier esclavo fugitivo que llegara a Florida sería liberado siempre y cuando cumpliera dos condiciones esenciales: convertirse al catolicismo (al igual que habían hecho sus predecesores) y cumplir cuatro años de servicio militar a la corona española. Y, claro, después de lo que habían pasado los pobres en las duras plantaciones, este requisito era un mero trámite con el que conseguir la libertad.

Así, de esta manera, el complejo de San Agustín fue creciendo, y por ello en 1738 el gobernador de la Florida, Manuel de Montiano, no dudó un momento en abrir una sucursal tres kilómetros al norte llamado Gracia Real de Santa Teresa de Mosé (Fort Mosé) el cual se convertiría en el primer asentamiento legal de negros en Estados Unidos. Allí convivían unas cien personas de distintas procedencia: O bien se trataba de esclavos nacidos en África y que luego habían sido llevados a América contra su voluntad; o bien eran los hijos y descendientes de éstos. Al frente de este nuevo asentamiento se puso a un liberto como gobernador, Francisco Menéndez, el cual tenía la misión de fortalecer el lugar para que fuera esencialmente un bastión defensivo para repeler los ataques de los ingleses. Y desgraciadamente estos ataques no tardaron en llegar. Las guerras contra sus vecinos fueron continuas y tan encarnizadas que en 1740 los ingleses tuvieron que enviar un gran contingente de tropas para acabar con aquel lugar de libertad. Aunque los habitantes de Fort Mosé lucharon hasta la última gota de sangre no pudieron hacer nada y el lugar fue tomado por los ingleses. Aunque días después, ayudados por los españoles y las milicias de la zona los habitantes del fuerte pudieron volver a recuperar sus hogares.

Pero como dice el refrán, poco dura la alegría en la casa del pobre, porque en 1763 no fue una batalla lo que los echó de sus hogares sino el Tratado de Paz de París que se firmó para acabar con la Guerra de los Siete Años. En una de sus clausulas se estipulaba que se cedía la Florida a los ingleses. Por ello todos los habitantes de Fort Mosé tuvieron que irse de allí y acabar sus días en la isla de Cuba, y aunque veinte años después, en 1781, la zona de San Agustín y alrededores fuera ganada en la Batalla de Pensacola, ya nadie volvió a poner los pies en el antiguo asentamiento. Actualmente este lugar se considera zona de interés turístico (Fort Mose Historic State Park) y en él se puede recorrer uno de los episodios más desconocidos de la Historia de España y Estados Unidos.

sábado, 28 de enero de 2017

LA CAPILLA DEL LAGARTO



Llama la atención que repartida por toda nuestra geografía se encuentren en muchas iglesias y lugares comunes, como por ejemplo plazas,  imágenes de cocodrilos disecados, tal vez simbolizando la victoria del bien sobre el mal. Pues bien uno de esos iconos tan curiosos se encuentra, o para ser más preciso, se encontraba en una de los lugares más castizos de Madrid, en concreto la Iglesia de San Ginés, situada en la calle del Arenal. Cuentan las viejas crónicas que en 1499 el aposentador de los Reyes Católicos (recuérdese que aposentador era la persona que tenía como oficio buscar alojamiento a los monarcas o militares) Alonso de Montalbán, decidió hacer un viaje con toda su familia a las Américas  con el fin de realizar una inspección in situ a la zona y posteriormente mostrar dicho informe a los reyes. Pues bien, cuando estaban a punto de llegar a su destino un grumete se percató que desde hacía un día un enorme cocodrilo los estaba siguiendo y por eso recomendó al capitán y a don Alonso que lo mejor era esconderse en tierra firme para despistar al monstruo que los perseguía. Y así lo hicieron. Desembarcaron cerca de Portobelo pero cuando iban a adentrarse en la espesura para buscar provisiones apareció el cocodrilo con la intención de darse un gran festín. La mayoría de los marineros, obviamente, salieron huyendo pero los que quedaron en la playa, ya fuera porque estaban petrificados por el terror o porque eran más valientes que los otros, observaron incrédulos como la familia del aposentador, con él a la cabeza, se hincaban de rodillas y se ponían a rezar a la Virgen María para que les salvara de aquel enviado de Satanás. Y, ya fuera casualidad, o bien porque las altas esferas les hicieran caso, dio la casualidad que una rama se desprendió del árbol que tenía al lado el cocodrilo con tan buena fortuna que fue a impactar en la cabeza del animal de resultas que murió inmediatamente. Don Alonso y su familia consideraron este hecho como una verdadera intercesión divina por lo que cuando volvieron a España hicieron construir una capilla en la Iglesia de San Ginés, en donde depositaron el cuerpo disecado del enorme cocodrilo a modo de exvoto. Desde aquel día a aquel recinto sagrado se le conoció como La Capilla del Lagarto.

Desde 1522 se tiene constancia de la existencia de este cuerpo disecado en la Iglesia de San Ginés, y hasta hace poco tiempo se podía visitar. Pero hoy en día, por desgracia, la efigie del cocodrilo está en paradero desconocido. Son muchas las hipótesis de su desaparición. Se dice que una párroco, harto de que le preguntaran cuál era la Capilla del Lagarto, decidió hacerlo desaparecer, mientras que otros opinan que o bien esta bajo el altar o en periodo de restauración. Incluso se comenta que estaba en tan mal estado que un cura del lugar lo tiró a la basura. Sea una cosa u otra, es una pena no poder volver a verlo, aunque no por ello dejen de acudir a San Ginés, y no porque este cercana la famosa churrería homónima (que también), sino porque podrán ver una bella iglesia en donde tiempo atrás fue bautizado Lope de Vega e igualmente allí se caso don Francisco de Quevedo.


miércoles, 25 de enero de 2017

NAPOLEÓN Y LA ABADESA



Esta es sencillamente una historia de Navidad. Pero no una historia cualquiera, pues ésta se desarrolla en un mundo en llamas, de pólvora y sangre por doquier. Justamente a principios de la Guerra de Independencia, en concreto la mañana del 25 de Diciembre de 1808. Aquel día, después de atravesar los difíciles pasos del Guadarrama, y tras perseguir con éxito al ejército británico del general sir John Moore, Napoleón Bonaparte hizo su entrada en la localidad de Tordesillas (Valladolid) envuelto en una borrasca de nieve. Después de indicar a sus allegados donde tendrían que alojarse ellos y los soldados, él decidió instalarse en la hospedería de las clarisas que estaba pegado al lado del Monasterio de Santa Clara. Y a la vez que él se acomoda, su guardia encerró en el locutorio a tres prisioneros españoles acusados de espionaje. Se trataba de un cura, y otros dos patriotas que habían sido atrapados mientras tomaban nota de donde se encontraban las tropas francesas.

Mientras pasaba todo esto, Napoleón dándose cuenta de que era Navidad, se puso su mejor traje de gala y acto seguido mandó llamar a la madre abadesa, María Manuela Rascón, para departir un rato con ella. Ésta accedió de inmediato (qué iba hacer sino) y tras sentarse delante del gran Corso, comenzaron hablar como si se tratara de dos buenos amigos. La abadesa le preguntó a Napoleón por las medallas que llevaba puestas, y éste, muy orgulloso, le fue contando la historia de cada una. Y así, de manera tan cordial, fue pasando la tarde hasta que empezó a anochecer. Cuando terminaron los cafés, Napoleón se disculpó alegando que tenía que atender otras labores y antes de despedir a la abadesa, la quiso premiar con una bolsa de mil monedas de oro, además de prometerla que la condecoraría con el título de abadesa-emperatriz. Doña María se sintió muy alagada, y aprovechando que tenía allí delante al Emperador de los franceses quiso que le permitiera una gracia muy especial. Deseaba que pusiera en libertad a los tres españoles que estaban encerrados en el locutorio. Y dicho y hecho, a la mañana siguiente, cuando las tropas francesas abandonaban el lugar, aquellos tres prisioneros fueron también libertados. Como se puede ver, también en días de guerra pueden existir los pequeños milagros de Navidad.

lunes, 16 de enero de 2017

EL ENIGMA DE LA CRUZ EN EL PECHO



Uno de los grandes anhelos del pintor Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599 – 1660) fue pertenecer a la famosa Orden de Santiago.  Por eso cuando el pintor sevillano fue propuesto para conseguir tal honor dos años después de pintar Las Meninas (1656) obviamente se debió de llevarse una alegría inmensa. Pero entrar en tal selecto club no era fácil pues se debían de hacer un total de 150 entrevistas para demostrar que sus ancestros no eran ni judíos ni conversos. Y algo debieron encontrar los entrevistadores en Portugal ya que después de cotejar todos los documentos, ipso facto se le negó su ingreso en la Orden de Santiago. Pero Velázquez no se quedó quieto y apeló a su buen amigo el rey Felipe IV, quien de inmediato  se puso en contacto con el Papa para desfacer este entuerto. Y como entre poderosos todo se arregla en un momento, en 1659 Velázquez, por fin, fue admitido en la prestigiosa orden. Aunque su sueño le duró poco pues en 1660 murió el gran pintor.

Por ahora las fechas cuadran, pero si son aficionados a la pintura se darán cuenta de que algo no encaja en esta historia. Volvamos al cuadro de Las Meninas. Recuerden que fue pintado en 1656 y que si se fijan un poco más en el pecho del pintor podrán observar claramente una Cruz de Santiago que atestigua que pertenecía a dicha Orden. ¿Cómo puede ser esto posible si Velázquez no fue propuesto hasta dos años después de terminar la obra, 1658, para ostentar dicho honor? Es aquí donde entramos en el campo de las suposiciones e incluso de las leyendas. Vamos a lo primero. La mayoría de los expertos en Velázquez sostienen que debió de ser el propio pintor el que durante el año que le quedaba de vida se acercara  al lienzo y que con una fina filigrana pintara la anhelada cruz sobre su figura. Es lo más plausible, pero otros prefieren acercarse más a la leyenda la cual dice que fue el propio rey Felipe IV quien ejerció de pintor y que el mismo fue el responsable de tunear el cuadro un año después de la muerte de Velázquez como homenaje no solo a su mejor pintor de cámara sino también al que verdaderamente fue su amigo.

domingo, 15 de enero de 2017

EL PAQUETE DEL EMIGRANTE



A día de hoy, si uno recorre la Calle Preciados de Madrid se encontrará enseguida con el fastuoso edificio del Corte inglés. En él se puede encontrar de todo, desde ropa, tecnología, libros, utensilios para el hogar… Sin lugar a dudas un gigantesco almacén en el que perderse entre cientos de cosas. Pero en un principio, como le ocurre a todas las grandes tiendas, tuvo unos orígenes humildes. Remontémonos a sus comienzos. Antes de la Guerra Civil española (1936-1939) el Corte Inglés era una mera sastrería, especializada en ropa de niño, que al terminar el conflicto armado acabó trasladándose con tan solo siete empleados a la calle Preciados, número 3, esquina Tetuán, justamente a  las dependencias de los almacenes El Águila. Y aunque todo parecía indicar que aquella tienda iba a ser una más de la época, entonces  se produjo algo más allá de nuestras fronteras que iba a cambiar su destino para siempre: La Segunda Guerra Mundial (1939 – 1945).

¿Cómo pudo este conflicto afectar al destino del Corte Inglés y convertirlo de la noche a la mañana en uno de los centros comerciales más importantes de España? Según parece durante los años que duró la lucha armada, Alemania perdió gran número de trabajadores autóctonos ya que continuamente  eran destinados al frente. Por lo tanto esta alarmante  falta de mano de obra tuvo como consecuencia que el 8 de Febrero de 1941 se firmara un acuerdo entre la España franquista y la Alemania nazi para enviar a este país gran número de trabajadores con los que suplir la falta de mano de obra que tanto estaba afectando a la economía del país teutón.  A raíz de esto, en un país arruinado por la reciente Guerra Civil, muchos españoles vieron la oportunidad de salir de la miseria en la que vivían y sin dudar un momento se apuntaron para viajar a Alemania. En total se precisaban 100.000 trabajadores totalmente sanos y sin cargas familiares, y, por encima de todo, que llevaran consigo lo que se denominó el paquete del emigrante. Esta maleta especial debía tener, según nos dice Juan Eslava Galán en su obra Los años del miedo:
…cuatro pares de calcetines, un par de calzoncillos y camisetas, tres camisas, dos pares de pañuelos, dos toallas, un traje, un pantalón, un jersey de lana, un abrigo, un par de botas, una bufando, un gorro y los útiles de afeitar. Las tortillas de patata eran voluntarias.

Y adivinen quién se encargaba de aprovisionar a los sufridos trabajadores del pertinente paquete del emigrante. Pues sí, El Corte Inglés. Así que en un periquete, debido a la urgente demanda, las arcas de este centro comercial engordaron enseguida, poniendo las bases de lo que en un futuro sería uno de los negocios más opulentos que actualmente existen.